Mangorè Eterno Ediciòn Especial 130 aniversario de su nacimiento

Revista Ñande Reko Nº 1

jueves, 28 de noviembre de 2013

FREDERIC CHOPIN Y AGUSTÍN BARRIOS MANGORÉ: ENTRE PRELUDIOS Y SEXTAS

                                                                                                       por Víctor M. Oxley

Frederic Chopin compuso, entre tantas obras, la serie de Preludios Opus 28. La nº 1 es una breve composición que no por ello deja de ser una de sus tantas joyas.

Este Preludio está compuesto en la tonalidad de Do Mayor y lleva la indicación de ser interpretada en Agitato.(Ver Fig. 1)

No me resisto a asociarla al Preludio nº 1 del Clave bien temperado de Johann Sebastian Bach (Ver Fig. 2), pues así como esta obra, esta también es la primera de una serie y comparte con aquella la misma tonalidad, sugiere mucho esta asociación. Al observar ambas partituras encontramos que las dos inician su secuencia cadencial con el despliegue en arpegio del acorde de Do Mayor y la figura melódica está construida sobre el eje de semi corcheas.



Fig. 1: Preludio Nº1 Opus 28 de Frederic Chopin, compases 1-3.



Fig. 2: Preludio Nº 1 del Clave bien temperado de Johann Sebastian Bach, compases 1-2.
 

Pero a lo quiero realmente ir, es a la asociación de la obra Preludio Nº 3 en Do menor del guitarrista paraguayo Agustín Pío Barrios Mangoré a esta citada de Frederic Chopin.

El motivo temático de la obra citada de Chopin gira en torno al arpegio desplegado y al agregado de la sexta, la nota “La”, como eje de la célula temática de la frase que al empezar instala en la cadencia I-V la tonalidad de Do Mayor. A igual modo, procede Agustín Barrios con la cadencia I-V para asentar la tonalidad de Do menor en los primeros compases de su obra.

Ahora, lo interesante es encontrar que el motivo que da inicio a la obra de Chopin es la inclusión de la sexta en el acorde y con ello genera un motivo melódico para guía de la cadencia (Ver Fig. 3), proceder símil de Barrios Mangoré con la sexta del acorde que deja en suspensión la quinta resolviendo en ella a mensuración seguida, con ello presenta el motivo melódico temático de su obra. (Ver Fig. 4)

  

Fig. 3: Preludio Nº1 Opus 28 de Frederic Chopin, compases 1-3. Las notas marcadas en círculo rojo son la sexta “La” del acorde de Do Mayor.




Fig. 4: Preludio Nº 3 de Agustín Barrios Mangoré, compases 1-4. Las notas en círculo rojo son la secuencia que empieza en los primeros compas con la sexta y la quinta como motivo fraseológico.


Hagamos un ejercicio mental, como se puede corroborar en las partituras, la obra de Chopin está escrita en compás 2/8 y la de Barrios Mangoré en 2/4. Si escribiésemos, sólo a modo de graficar lo que se quiere connotar, la obra de Barrios Mangoré por ejemplo en 2/8, como la de Chopin, el Preludio en Do menor de Barrios tendría el doble de extensión en compases, pero en esencia la obra sería equivalente. (Ver Fig. 5)




Fig. 5: Reescritura de los compases 1-3 del preludio en Do menor de Agustín Barrios Mangoré del original 2/4 a 2/8.


Ahora imaginemos ejecutar la pieza de Chopin a mitad de la indicación del metrónomo, sonaría más cerca del pulso de la obra de Mangoré. Ahora imaginamos ejecutar la obra de Mangoré al doble del pulso metronómico, se acercaría al tempo del Preludio de Chopin.   



Fig. 6: Reescritura de los compases 1-3 del preludio en Do menor de Agustín Barrios Mangoré del original 2/4 a 2/8 y en la tonalidad de Do Mayor.




Pero ahora imaginemos algo radical, convirtamos el Preludio mangoriano en la tonalidad Mayor (Ver Fig. 6). La obra de Mangoré adquiere un sentido cercano a la de Chopin. Creo que Mangoré estaba pensando y trabajando su idea a partir de esta obra de Chopin. Utilizo el motivo melódico de su secuencia con la sexta del acorde pero en tono menor, le cambio el pulso a binario y en un tempo más lento, para con ello lograr que su creación obtenga los matices de intemporalidad genial adosada con la belleza única que su mente supo dotar a tan excelsa pieza.

Hoy día conocemos que entre los recursos compositivos muy recurrentes de Chopin se encuentran la derivación contrastante de Beethoven y la variación progresiva de Brahms, y hoy día salta a la luz de que Chopin no es solo un cúmulo de sonidos agradables y etéreos, sino un producto de un academicismo bien trabajado y equilibrado, y como bien acotara Luis Angel de Benito, “Chopin como Mozart, trabaja en dos dimensiones: la externa de la melodía, los ritmos de superficie, su personalísima armonía, es decir, las virtudes por las que es tan querido entre el oyente común; y la interna, la derivada profunda de su pensamiento, la cual sedujo a Liszt, Schumann e incluso Brahms”; la misma idea es aplicable a Agustín Barrios Mangoré, aquello del decir del señor Juan Carlos Anido de que Mangoré era sólo un creador de piezas populachas hoy día es la peor de las bromas más macabras que pudieran de hacerse, pues Agustín Barrios Mangoré dominaba el arte de componer académicamente, todas sus obras maduras son el fruto de ello.

Chopin al igual que Mangoré, es el genio de la forma breve, las dos obras referidas en estas páginas son un buen ejemplo de ello, pues ambos le dan la dignidad estética a obras de aliento corto pero intensas en profundidad, ambos no predican con retórica vacía, en desmesuradas formulas, sino que conducen la evolución de sus ideas según un criterio de alcanzar el potencial estético de acuerdo al impulso interno que las lleva a crecer hasta límites auto impuestos por el sentido desarrollado de la minimilidad sustancial y esencial de sus creadores.

Para ir cerrando estas reflexiones podemos acotar que una de las constantes en la obra chopiniana es la utilización del acorde de sexta, toda su obra está marcada con este sello, tanto es así que el musicólogo inglés G. Abraham en su obra titulada “El estilo musical de Chopin” acota que esta estructura armónica con la sexta agregada es una forma constante y básica en el rico vocabulario armónico del músico polaco. También lo mismo podemos decir y en el mismo sentido de la obra de Agustín Barrios Mangoré, el acorde de sexta es un recurso bastante recurrente a lo largo de su producción compositiva, obras como “Choro de Saudade”, “Las Abejas” y “Danza paraguaya” llevan su marca inconfundible, y esta práctica ha calado hondamente en la cultura musical del Paraguay, pues compositores como Herminio Giménez y su “Che Trompo Arasá”, Emigdio Ayala Báez con su “Mi Dicha Lejana”, Demetrio Ortíz con “Recuerdos de Ypakaraí” y “Mis noches sin Ti”, Cirilo R. Zayas con su “Paraguaya Rohayhú” entre muchos otros más, han creado con la impronta chopiniana de la mano de Agustín Barrios Mangoré de integrar este bello recurso armónico en sus hermosas obras teniendo a este recurso como eje central de sus bellas melodías, pues las obras citadas de estos compositores constituyen lo más granado de nuestro acervo folclórico y popular, mientras que la obra de Agustín Barrios Mangoré es de lo más excelso -así como la obra de Frederic Chopin- dentro de la Cultura Universal.