Mangorè Eterno Ediciòn Especial 130 aniversario de su nacimiento

Revista Ñande Reko Nº 1

viernes, 31 de agosto de 2018

Algunas reflexiones en torno a la creación de José Asunción Flores a 114 años de su nacimiento


                                                       Por Víctor M. Oxley* (victoroxley@gmail.com)


José Asunción Flores nacía un 27 de agosto de 1904 (fecha hoy día en que celebramos el día de la guarania en memoria de este gran patriota), año revolucionario en lo político, pero de sígnica premonición, pues años más tarde nuestro reseñado también llevaría la batuta, no las armas, dirigiendo el norte de nuestra cultura musical en su original innovación y consecuente revolución, la creación de un nuevo estilo musical de raíces autóctonas: la guarania.

Es importante señalar que Aristóbulo "Nonón" Domínguez editó en Buenos Aires allá por 1920 un álbum de partituras denominado “Aires nacionales paraguayos”. Es importante resaltar que por aquella época las transcripciones de música paraguaya se hacían según la capacidad del transcriptor, y estos por lo general no eran paraguayos, así Domínguez logró transcripciones en mensuración 2/4 como por ejemplo “London Carapé”, pero por su parte Agustín Barrios Mangoré, hacía lo suyo con la misma obra citada por ejemplo en 3/4, melódicamente son diferentes pero las agrupaciones rítmicas de notas se asemejan bastante. Ahora con respecto a la obra London Carapé ¿Dónde termina la versión original de la melodía popular y donde empieza la reinterpretación de esta por los autores citados? Esta pregunta exige un buen esfuerzo reconstructivo en cuanto investigación. Las habilidades de ambos los llevó a transcribir la polca en mensuraciones distintas, el primero lo hizo en binario y el segundo en ternario, más hoy es costumbre seguir la práctica del maestro José Asunción Flores y escribirlas en 6/8 (también ritmo ternario), pero hay que tener muy en cuenta que la escritura musical es una convención humana y como tal, cualquier agrupación de figuras musicales puede escribirse bajo cualquier mensuración, la barra del compás fue un invento de los editores de música, y solo responde a criterios pragmáticos orientados hacia la lectura de los músicos de las partituras, siendo así no se puede absolutizar la premisa de que existe una forma “verdadera”, como pregona el maestro Florentín Giménez, y así única de escribir música paraguaya, pues este postulado cierra las puertas a las jóvenes mentes creadoras que intentan crear y dar nuevos bríos a la música de corte folclorista de nuestra nación (muy bien se puede escribir en un pulso binario como el 2/4 tresillos de corcheas que duran lo que se extiende una negra, y esta posibilidad refuta aquello que solo hay una forma verdadera y única de escribir la música paraguaya (o cualquier idea musical), si bien esto exige capacidades al intérprete). Describir esta situación es solo sostener que hay maneras más prácticas o menos prácticas de escribir la música paraguaya, maneras que facilitan o dificultan su interpretación (o de cualquier música en general). La finalidad de la escritura musical -así como expresara Nelson Goodman en su obra “Lenguajes del Arte”- es la preservación de la obra, pero no de la partitura, con este procedimiento queda así asegurada; y en la medida que la preservación de la obra es primordial, y la de la partitura accesoria, la redundancia será tolerable.

Flores se formó musicalmente en la Banda de Músicos de la Policía Nacional que, en aquellos años de la segunda década del 20 en el siglo XX, estaba dirigida por el padre de la música erudita del Paraguay, el italiano Nicolino Pellegrini (también maestro de teoría musical y de cello del genio máximo de la guitarra clásica, el más universal de los paraguayos: Agustín Barrios Mangoré) secundado por Salvador Dentice.

Bien orientado en cuanto los fundamentos musicales con estos maestros italianos, Flores de a poco fue desarrollando su germen intuitivo creativo dentro del contexto de la erudición y el talento hasta llegar a su madurez imaginativa, allá por los años de 1925 cuando con su obra en la mensuración de 6/8 “Jejuí”, primera guarania, inicia un nuevo sendero en la cultura musical de nuestro país, ya para 1928 las guaranias “kerasy” y “arribeño resay” ya se habían popularizado sorteando la resistencia del conservadurismo cultural dentro de nuestros ámbitos sociales. 

Como muy bien se define en lo académico a la música folclórica, como aquella de creación anónima y popular, la obra del maestro Flores se encasilla dentro de la música imaginario-folclorista, pues ya no responde a esa definición, su música es producto de una mente bien preparada y erudita, lejos de los rudimentos simples de la música creada e interpretada por los músicos “de oído” y por supuesto es acuñada y rubricada en primera persona con propio nombre y apellido. 

Paralelamente a Herminio Giménez quien fue el primero que comprendio que la música paraguaya estaba enmarcada dentro de unos estrechos límites en cuanto recursos técnicos, pero apuntando a otra finalidad, Flores se embarcaba en una aventura no menos emocionante, la creación de un nuevo género folclórico, La guarania; su impulso imperante y su temperamento inquieto lo llevan a la creación de un nuevo orden en el folclore nacional, Flores asume esa tendencia comportamental de buscar nuevas estructuras, ricas en infinitas posibilidades; como él mismo lo expresó, la guarania deja las puertas abiertas a la polifonía, su compás no es específicamente el 6/8, donde muchos creen ver la innovación. En ella cabe cualquier compás, según la exigencia del tema que se desarrolla, dando lugar a modulaciones, superposición de tonalidades, variaciones contrapuntísticas y fugas que la jerarquizan.

En las décadas del 30 y del 40, el lenguaje musical folclórico paraguayo ya estaba consolidado, y como buen ejemplo de ello, el nuevo género de “la guarania”. La estructuración de un lenguaje propio desde sus elementos básicos fija un paradigma estético que ha solucionado, en gran parte, lo que su impulsor y constructor creyó deficiente. Una vez franqueados estos escollos, la imaginación despreocupada no hace más que emprender sus vuelos más audaces. Por su parte otros músicos, como ser Mauricio Cardozo Ocampo, Agustín Barboza, Eladio Martínez, Demetrio Ortiz, Emigdio Ayala Báez y una lista extensa, son ejemplos de artistas que comprendieron la nueva estética, y a partir de este hecho supieron materializar excelentes obras dentro de las posibilidades sintácticas y semánticas del nuevo género musical paraguayo.
El muralismo iberoamericano encuentra sus impulsos motores en el deseo de grandiosidad de las dimensiones, conjugando esto con una reafirmación de sus orígenes. En este sentido, sería el pintor ecuatoriano Guayasamín que, queriendo emitir un mensaje con contenido social, utilizaría el mural, como queriendo de este modo, en gran escala y con mayor fuerza, hacer su denuncia. En los años veinte del siglo XX se validaron ciertos aspectos plásticos del arte precolombino: simplicidad de volúmenes, espontaneidad, etc. y como solución emergente de creación original se encuentra una salida, la de integrar ciertas técnicas europeas con otros elementos autóctonos. De aquí en adelante sigue la magnífica plasmación del muralismo iberoamericano. José Asunción Flores, de igual manera, busca la monumentalidad de su arte, y este objetivo solo lo alcanzaría en un gran formato: la música sinfónica; pero su instinto de creador original lo lleva a partir de sus raíces autóctonas musicales, y de este maridaje sui géneris, construiría su monumental guarania sonfónica con obras como “Mburicao”, “Pyhare Pyte”, Ne rendape ajú” etc. un nuevo lenguaje y forma sinfónica.

El maestro José Asunción Flores ha superado la prueba del tiempo, hoy su creación es una de nuestras más preciadas joyas de la cultura paraguaya.





* Dr. en Ciencias de la Educación, Lic. en Filosofía y músico

martes, 7 de agosto de 2018

7 de agosto de 1944 (día de la transcendentalidad de Agustín Barrios Mangoré)


El Dr. Bracamonte comenta en su libro citado que: 

“La protección de Martínez llega hasta que perdió el poder y sucedió que, habiendo surgido una calumnia […] Algo insólito se produjo en la trama del destino: en cuanto el protector es desterrado y antes de ser objeto de situación degradante (el despido de la Escuela de Música de Mangoré) y ante la imposibilidad de llegar por otros caminos a hacer fortuna y a los pocos días de perdido el brazo protector, muere Mangoré”, 

efectivamente agustín Barrios Mangoré muere un día 7 de Agosto, como el día de hoy, pero de 1944 en la hermana nación de El Salvador en San Salvador C.A. En estos últimos años la importancia que ha cobrado la figura de Agustín Barrios Mangoré en el Paraguay y en el mundo ha crecido exponencialmente. Unas 121 obras repartidas en 37 editoras de Música han publicado la música de Agustín Pío Barrios Mangoré, de las cuales en total existen 507 ediciones (cifra estimada por unidad). Como puede inferirse de los datos anteriores, el tráfico comercial de las obras de Agustín Pío Barrios Mangoré es muy fluido y en constante crecimiento a nivel internacional. 

En una nota presentada por los herederos de Mangoré al Congreso Nacional se puede leer: 

“Asunción, 5 de mayo de 2015 [ … ] Tenemos a bien de dirigirnos a Vuestra Excelencia [ … ] herederos legítimos del connotado compositor e intérprete de guitarra paraguayo Don Agustín Pío Barrios Mangoré, a fin de expresarles nuestro deseo de que los restos de nuestro genearca familiar que reposan en el cementerio de la ciudad de San Salvador, El Salvador (C.A.) sean repatriados a la ciudad de sus orígenes, San Juan Bautista de las Misiones en el Paraguay.” Por lo pronto las autoridades nacionales han reconocido públicamente la condición de verdaderos herederos del genial Mangoré a Marcelo Barrios, Julián y Claudia Rodríguez, y a sus tías Carmen Francisca y Alicia Susana Barrios a partir de un reconocimiento del Congreso de la Nación al genio paraguayo en la presencia de sus herederos verdaderos, y desde ello, esperamos que los restos de nuestro ilustre conciudadano Don Agustín Pío Barrios Mangoré, descansen de una vez por todas en su Ha che valle San Juan Bautista de las Misiones, en su querido país el Paraguay a pedido de su familiares directos, será un acto de total justicia que tal gestión a nombre de la ciudadanía toda, la concrete el Estado mediante sus autoridades electas y designadas.


sábado, 23 de junio de 2018

A propósito de Catedrales y singularidades

(publicado el sábado 23 de junio de 2018 en el suplemento Correo Semanal del diario Última Hora)                                                     

                                                                                   Por Víctor M. Oxley*

En una escena de la memorable película "La misión", con protagonistas no menos afamados, como Robert de Niro, Jeremy Irons entre otros, se perfilan los márgenes de un cruzamiento argumental de raciocinios de quiméricos bicéfalos, en donde se ponen en juicio, desde los forceps pre juiciosos de españoles-europeos,  la naturaleza humana de los nativos guaraníes.
Un niño nativo hace gala de sus dotes musicales en prístina belleza entonando una melodía con notas celestiales, que lejos de dejar pasmados a los espectadores, lleva  a estos a sostener la radical idea, que esa sublime manifestación es la emergencia vacía del reflejo de una sombra humana. Las misiones jesuíticas en el Paraguay fueron el taller del herrero, en donde en singular experiencia se forjaron en molde europeo las estructuras psíquicas de los nativos; que a parte de la adoctrinación y dogmatización a que fueron sometidos, desarrollaron habilidades desconocidas hasta casi increíbles a ojo de aquellos mentores europeos, ya no practicaban la antropofagia sino que su fagocitosis transmutaba al engullimiento cultural de las "Letras y las Artes". Los nativos se convirtieron en auténticos copistas al estilo medioeval, artistas de los moldes gráficos que plasmaron en auténtica belleza los códices que reproducían, así también aprendieron a controlar su flexible imaginación dentro de la rigurosa disciplina que impone el marco musical del arte barroco de Purcell, Handel, Vivaldi y Bach, creando un verdadero milagro jamás imaginado ni soñado, ni en los enjundiosos delirios del que no tiene muros de contención mentales, "EL BARROCO GUARANI".
Hasta aquí todo es de maravillarse, para desteñir este cuadro de pureza ideal, sólo basta tirar el baldazo de agua que deja diluir los colores matizándolos en los de la mezquindad egoísta del prejuicio antes citado, pero esta vez bajo otros ropajes; "el de una prohibición celosa  que proscribe la justicia de una autoafirmación, la que liga perennemente al ente creado con su creador (la firma autoral), acto que no deja más que aflorar la mediocridad de unos sensores, que creyendo que al permitir que estos nativos estampasen firma en sus creaciones, pudieran estos igualarles en condición, no digo socio sino culturalmente, y tal vez con el temor añadido y construido sobre una hipotética posibilidad de quedar superados.
Lamentablemente el azar jugó su papel dentro de este continuo mundo de variables desconocidas que es la historia y comprimió el espacio-tiempo de esta posibilidad en la singularidad discontinua apresada en su propia gravedad. Hoy excita nuestras mentes el recrearnos un mundo efecto de aquella posible causa que fue truncada ¿Que sería hoy de nuestra cultura, si aquellos gérmenes hubieran evolucionado sus tentáculos hasta nuestros días? Agustín Barrios gastaba broma a sus contemporáneos comentando que él era el cacique Mangoré, un indio forjado en aquel taller jesuítico, donde en el cual aprendió el dominio de su arte.
Los grandes centros urbanos de la Europa medioeval, como muestra de importancia erigían sus imponentes catedrales, afirmando su orgullo y conciencia de magnificencia en ello. Estas imponentes estructuras, aparte de ser ejemplares muestras de la habilidad constructiva racional humana, encontraron su finalidad hacia la noble tarea perpetuadora del conocimiento humano, cargando con la misión de convertirse en los centros del saber, y de esta manera las encontramos como antecesoras de la Moderna Universidad, pues en ellas se dictaban cátedras ordenadas en grupos como el Trívium y el Cuadrivium. Los catedráticos eran los maestros especialistas que se encargaban de formar las mentes en flexible y sutil dialéctica.
Es conocido por todos que Agustín Barrios tuvo un encuentro con el afamado Andrés Segovia en Buenos Aires, un amigo en común los presenta; Barrios en propia habitación y en guitarra misma de Segovia despliega sus habilidades magistrales.
Es fácil imaginar la impresión que debió de causar al europeo, de entre las obras que interpretó para aquél estaba su imponente "La Catedral", pues Barrios mismo cuenta la atención de Segovia sobre esta en particular,  las crónicas relatan la promesa de Barrios hacia Segovia de entregarle una copia de aquella para que la incorporara en su repertorio; lo cierto es que Segovia nunca la tocó e ignoró a Barrios en este sentido, su orgullo lo llevó a darle la espalda, pues el resorte psicológico que conduce a Segovia a ello es, que de incorporar esa obra soberbia y magnífica, sería reconocer abiertamente en igualdad de condiciones (interpretativas y con el agregado extra de genial compositor) a su rival (los dos buscaban un lugar de reconocimiento en la cima musical, sólo que Segovia representaba la tradición europea y Barrios la ahistoricidad de una conciencia potencial, que podría de erigirse en nueva y original tradición) ante el hipotético y potencial público futuro.
Que distinto hubiera sido si aquel embrión jesuítico no se hubiera extirpado, que lógico y causal hubiese sido para nosotros entender la existencia del genio de Agustín Barrios como natural efecto de aquel, hoy entenderíamos seguramente que el neobarroquismo de Barrios hunde sus raíces en Domenico Zipoli y quien sabe el nombre de aquellos nativos anónimos que blandieron el pulso en líneas y puntos de manchas sobre papel pautado y no quemaríamos neuronas tratando de juntar las piezas de un rompecabezas buscando genéticas filiaciones en el barroco musical europeo para justificarlo como fenómeno singular de la historia.
Como si el azar de la historia nos tendiese una broma en constante burla a nosotros, nos exuda el hecho de que fue una obra titulada "La Catedral", eje de aquella situación entre dos grandes, en la cual el anónimo nativo sienta cátedra de soberbio virtuoso ante los ojos atónitos del orgulloso europeo; pero también quiso este ramdomizado devenir, que de alguna manera se haga justicia con aquellos postergados artistas del barroco guaraní, al encontrar el devenir cultural en Agustín Barrios -el cacique Nitsuga Mangoré- la figura reivindicadora, sólo que esta vez, con pulso firme y seguro de sí mismo -en aquellos maravillosos meses que van entre marzo a mayo de 1921 (escribió el manuscrito de La Catedral a su mecenas y amigo uruguayo Martin Borda y Pagola)- este plasmó su nombre con mayúsculas en la historia.

 *Dr. en Ciencias de la Educación, Lic. en Filosofía y músico